LA VOZ y la opinión


Periodismos Judeo Argentino Independinte
Filósofo, escritor, dramaturgo, militante
JEAN-PAUL SARTRE

Por Moshé Korin
“Compromiso” es una palabra que define a Jean-Paul Sartre, una de las figuras más importantes del Siglo XX por su pensamiento, su obra literaria, su actividad periodística y, sobre todo, su presencia ineludible como testigo de su tiempo. Por consiguiente, intentaremos una aproximación a ese personaje multifacético y polémico.

Jean-Paul Sartre, nacido en París el 21 de junio de 1905, murió a los 75 años en un hospital de la capital de Francia, el 15 de abril de 1980. Entre esas dos fechas se inscribe una trayectoria tan deslumbrante como compleja, protagonizada por un hombre que transitó, para expresarse, casi todos los géneros de la escritura.

Filósofo, novelista, dramaturgo, periodista, no dejó fuera de su apasionada tarea creadora el cuento (recordemos los relatos de “El muro”, publicados en 1939), ni el guión cinematográfico, que puso en la pantalla “La suerte está echada” y “El engranaje”, dos textos significativos porque abordan temas medulares en la obra de Sartre: la libertad y la contradicción, además de plantear, desde el título, el enigma del determinismo en el quehacer humano.

En “La suerte está echada” los personajes deambulan, después de muertos, en una visión metafísica del ultramundo que remite a la obra “ A puerta cerrada”, en la que figura la célebre réplica “El infierno son los otros”. Por cierto que Sartre opinaba que esa frase nunca fue comprendida por sus contemporáneos. En cuanto a “El engranaje”, muestra a un líder revolucionario cuya pureza de intenciones se corrompe por el ejercicio del poder. Aquí, en el duro plano de la política, flota el concepto de Maquiavelo “el fin justifica los medios” que vuelve a aparecer en otra pieza teatral de 1948, “Las manos sucias”, tal vez el mejor aporte de Sartre a la escena (representada hace muchos años en Buenos Aires por Narciso Ibáñez Menta y Alfredo Alcón). Esta obra pone en escena la “recuperación” del hombre libre para que se integre a una sociedad contra la cual él lucha, es una idea profundamente arraigada en el escritor.


El Nobel


Cuando rechaza el Premio Nobel de Literatura en 1964, les dice a sus amigos: “Si hubiera aceptado el Nobel habría sido “recuperado”. Digamos, de paso, que más tarde también rehusaría ser condecorado con la Legión de Honor. El rechazo del Nobel fue un paso decisivo en la vida de Sartre, que él sorteó con suma elegancia, aunque es posible que en el fondo de su corazón llevara una herida: debió dolerle que se le diera el Premio Nobel a Albert Camus, su amigo y casi discípulo, siete años antes que a él, en 1957. Pero se limitó a explicar su actitud declarando que, en su opinión, “el escritor debería rehusarse a ser convertido en una institución”. Incluso llevó la cortesía hasta añadir: “También rechazaría el Premio Lenin si quisieran otorgármelo”.

Es probable que la Academia sueca decidiera distinguirlo a raíz de la publicación, ese mismo año, de “Las palabras”, una autobiografía que permaneció durante seis meses al tope de las listas de los libros más vendidos. Es tal vez el texto más cuidado de Sartre desde el punto de vista estilístico, y despojado, a la vez, de la carga política que potencia la mayor parte de sus escritos. “Las palabras” se centra en la infancia de Sartre, quien no se muestra complaciente consigo mismo y a menudo recurre a un humor corrosivo para describir al niño que fue, hijo único de un matrimonio infeliz, criado en una rígida familia burguesa. En esos recuerdos entrega las claves menos conocidas de su personalidad, ese hombre secreto que deplora su físico poco agraciado, su ojo derecho desviado, su baja estatura, pero que ya había decidido ser escritor a los ocho años.

Porque las palabras lo fascinaban como un acto de magia: “por haber descubierto el mundo a través del lenguaje – escribe – durante muchos años tomé al lenguaje por el mundo.”

Algunos textos


“Las palabras” es un texto de gran belleza literaria que cierra la obra de Sartre a toda orquesta, como “la náusea”, de 1938, fue la obertura de su creación novelística. En ambos libros el escritor deja fluir su subjetividad, impregnada de desencanto. Tenía nueve años cuando estalló la guerra de 1914, y 33 cuando apareció “la náusea”, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial: no cabían muchas ilusiones sobre el destino de Europa. Sartre, que ya era profesor de Filosofía en la ciudad costera de Brest, sacó de su entorno y de sí mismo el material revulsivo de su libro, redactado en primera persona: Brest (puerto) se convierte en la mítica Bouville y quien padece la náusea es Roquentin, “alter ego” de Sartre.

El éxito de “La náusea” atrajo la atención sobre sus ensayos filosóficos acerca de la imaginación y lo imaginario. La crítica encontró en ellos esa originalidad de pensamiento que habría de conducirlo hacia el existencialismo y que se cristalizaría en textos de mayor envergadura: “El ser y la nada”, de 1943 y “El existencialismo es un humanismo”, de 1946.

“El ser y la nada”, libro que le costó diez años de trabajo, lo aproximó a otros filósofos, como Heidegger y Husserl. Un dato curioso: el pensador católico Gabriel Marcel quien pronunció la palabra “existencialismo” en relación a “El ser y la nada”, pero aplicado el concepto a una posición cristiana. En un primer momento Sartre comentó: “La mía es una filosofía de la existencia; no sé lo que es el existencialismo”. Sin embargo, usó el término en su libro “El existencialismo es un humanismo”, en el que define su idea: “ser en el mundo es comprometerse con el lenguaje y la historia de su época; tener conciencia de la propia condición y asumir las propias contradicciones”.
Hace poco, la señal “Encuentro” de Argentina difundió un reportaje de 1967, rescatado por la televisión canadiense. En una larga entrevista, con su voz grave y su eterno cigarrillo, Sartre detalla los puntos clave de su ideario: la condición del intelectual y sus contradicciones internas, el compromiso con la ética – “La libertad consiste en comprometerse” – declara; el uso del lenguaje para fijar la vida, y también la servidumbre que imponen las actitudes tomadas y las palabras dichas, que van conformando una personalidad no siempre coincidente con la persona: “Debo asumir lo que soy para los demás”, concluye con un dejo de resignación.

Controversias


Por otra parte, la trayectoria de Sartre está sembrada de cambios de posición ideológicos y políticos, lo que le acarrea críticas de sus compañeros de ruta: los comunistas le reprochan la tesis individualista que subyace en “Las manos sucias” y lo acusan de haberse vendido por treinta dineros y un plato de lentejas norteamericanas, y el periódico “L´Humanité”, órgano del partido, lo llama “falso profeta”. Los colonialistas se indignan por su prédica en favor de una Argelia libre y gritan: “¡Hay que fusilar a Sartre!”. Pero quizá le resultan a él más dolorosas las rupturas con sus amigos: la desavenencia con Albert Camus es la más recordada.

“El ser y la nada” constituye, junto con los ensayos “Crítica de la razón dialéctica”, “Materialismo y revolución”, “¿Qué es la literatura?”, “Reflexiones sobre la cuestión judía”, el grueso de su aporte como pensador. Son, en su mayoría, textos polémicos que lo enfrentan con casi todo el mundo. No es de extrañar que su “Crítica de la razón dialéctica”, en la que fustiga el desvío stanlinista del proyecto revolucionario de Lenin, haya enojado a los comunistas (Sartre habrá de romper finalmente con la Unión Soviética después de la llamada Primavera de Praga, y también con Fidel Castro, a raíz de la detención en Cuba del poeta Heberto Padilla). Su propósito de pensar el marxismo contra los marxistas, incluso contra Marx, y su idea de construir una sociedad para los hombres en vez de adaptar a los hombres una forma de sociedad, no podía sino chocar con los presupuestos del marxismo ortodoxo.

Incluso en el terreno más sosegado que transita en “¿Qué es la literatura?” cosecha entre sus detractores el mote de “enterrador de la literatura”.
Y sin embargo, ¡cuánto le deben las letras a Sartre! Dedicó libros memorables a Baudelaire, Mallarmé, Jean Genet y sobre todo, a Flaubert, en un monumental trabajo que tituló “El idiota de la familia”, que le insumió diez años de esfuerzo y que quedó inconcluso.

La cuestión judía



En cuanto a “Reflexiones sobre la cuestión judía”, de 1946, constituye un lúcido análisis del antisemitismo, al que define como una “pasión, impermeable a las razones y a la experiencia”. Pero señala que esa pasión, de raíces psicológicas, no es un impulso ingobernable para el antisemita sino que fruto de una decisión anterior: ha elegido ser impermeable. Así, no excusa al antisemitismo y vitupera al régimen de Vichy, que en la Francia ocupada por los alemanes, colaboró con éstos en la persecución de los judíos. A menudo se ha dicho que el apellido de su madre, Schweitzer, remite a ancestros judíos, aunque es un nombre común en Alsacia, de donde provenía su familia materna. El caso es que el joven Sartre fue educado en la religión católica para finalmente elegir el ateismo.

Pero volvamos a la década del 40, pues es una época muy prolifera en la vida del escritor. Durante la guerra, Sartre no permanece inactivo, ni como soldado ni como escritor: esos diez años son quizá los más prolíficos en títulos esenciales, a pesar del trauma que significó caer prisionero de los alemanes. Tuvo la suerte de ser liberado en un canje de prisioneros en 1941, y ya no dejó de escribir.

Entre 1943 y 1949 encara su novela más ambiciosa, por su extensión (tres tomos) y por las innovaciones estilísticas que propone: “Los caminos de la libertad”. El primer tomo, titulado “El aplazamiento”, describe el clima de pre-guerra en Francia a través de una narración coral en la que inaugura un tratamiento experimental de la escritura. El procedimiento valoriza el factor temporal, ya que un aplazamiento consiste, precisamente, en tiempo.

Al principio del libro dedica un largo apartado a cada uno de sus numerosos personajes; luego los reúne de a dos o tres por capitulo y mas adelante los retoma en párrafos consecutivos. El ritmo se hace vertiginoso cuando las frases comienzan con un personaje y terminan con otro, sin que se pierda la coherencia del relato. Los dos tomos que completan esa admirable trilogía, “La edad de la razón” y “La muerte en el alma”, tienen una estructura más conservadora.

Las décadas del ´40 y ´50 del Siglo XX


Detallar la obra de Sartre es como entrar en un espeso bosque sin brújula. Son muy conocidas sus obras de teatro, tantas veces representadas y algunas de ellas llevadas al cine: “Las moscas”, de 1942, las ya mencionadas “A puerta cerrada” y “Las manos sucias”, “La P…respetuosa”, “Los secuestrados de Altona”, “El diablo y Dios”, de 1951.

Pero en la década del 40 del siglo XX no podemos soslayar la fundación de una revista que hizo historia: en 1945 aparece “Los tiempos modernos”. Acompañan a sastre, Raymond Aron y Merleau-Ponty, dos pesos pesados de la intelectualidad francesa. No se suman André Malraux ni Albert Camus, a quien Sartre había conocido tres años antes, y con el que trabó una estrecha amistad. Pero los caminos de ambos escritores llevaban un rumbo de colisión. En un ríspido cambio de ideas, cuando ya estaban distanciados, Sartre le recordó a Camus que éste enjuiciaba al proletariado europeo por no criticar abiertamente la política represiva de la Unión Soviética, y también censuraba a los gobiernos de Europa porque se disponían a aceptar en la UNESCO a la España de Franco. Y añadió, sarcástico: “Sólo veo una solución para usted: las islas Galápagos”.


Camus terminó apartándose de Sartre, como también lo harían otros colegas de “Los Tiempos Modernos”: Arthur Koestler, el autor de “El cero y el infinito”, y dos co-fundadores de la revista, Raymond Aron y Albert Ollivier.
Y es que, con el correr del tiempo, Sartre radicaliza sus posturas políticas: viaja a la Unión Soviética y a Cuba, pero rechaza un ciclo de conferencias que le proponen en Estados Unidos. Firma manifiestos y participa en cuanta manifestación se organice a favor de los derechos humanos, los obreros, los estudiantes, o en contra del presidente De Gaulle y del establishment, lo que lleva a su ilustre colega Francois Mauriac a referirse despectivamente a “La sed de martirio de ese personaje incurablemente inofensivo”. No lo era tanto puesto que en 1958 el semanario “L´Express” fue requisado por publicar un texto de Sartre.

Las décadas del ´60 y ´70 del Siglo XX y sus controversias


La revuelta estudiantil de mayo de 1968 lo encuentra en plena efervescencia: hace discursos de barricada ante los obreros de Renault y reparte panfletos como un militante más. De la crítica de una sociedad adormecida pasa a la acción y se declara partidario de la democracia directa, al estilo maoísta. Sale de la torre de marfil y busca el compromiso hasta límites impensados: es detenido mientras reparte en la calle el periódico maoísta “Izquierda proletaria”. Ya no le basta encarnar su tiempo sino que quiere vivirlo, en una suerte de segunda adolescencia. Así, firma llamamientos en favor del disidente ruso Sajarov, de los judíos perseguidos en la Unión Soviética, de los vascos, de los acusados del Proceso de Burgos en España, de los actores del Living Theatre, de los presos en Brasil.

Uno se pregunta de dónde saca tanta energía, pese al deterioro de su salud. A partir de 1973, los problemas físicos lo acosan, en particular la ceguera, ya definitiva en su ojo derecho y progresiva en el izquierdo. Pero eso no le impide seguir trabajando en una serie de televisión sobre la historia contemporánea, que pronto abandonará al sentirse censurado. Y, además, todavía no ha puesto termino a su monumental trabajo sobre Gustave Flaubert, un autor que lo fascina: “Aunque Flaubert no haya dicho nunca Madame Bovary soy yo, siempre habló de sí mismo en su obra”, comentó en cierta ocasión, y añadió: “Ocuparme de Flaubert fue como conocer a un hombre; un hombre que sufrió sus contradicciones y que me ayudó a comprender las mías”. Los dos primeros tomos de “El idiota de la familia” aparecieron en 1972, pero en el tramo final de su vida, a Sartre no le importaba demasiado que ese trabajo de años quedara trunco: “Todas las obras interesantes son inconclusas”, decía mitad en broma y mitad en serio.


A pesar de la progresiva pérdida de la vista, continuaba llenando páginas memorables con su escritura pequeña pero muy clara. En 1975 apareció un texto importante, “Autorretrato a los 70 años”, que recoge sus conversaciones con Michel Contat. Pero la ceguera avanzaba y él declaraba con dolor: “Mi única meta en la vida era escribir, y ahora mi tarea de escritor está destruida”.
Siente que la muerte se le acerca pero sigue peleando y no cede en sus tomas de posición: condena la invasión rusa en Afganistán y aplaude un eventual boicot a los Juegos Olímpicos de Moscú.

A instancias de sus amigos había dejado su departamento en Saint-Germain-des-Prés y se había mudado a una vivienda más funcional cerca de la Torre Montparnasse.


Simone de Beauvoir



Simone de Beauvoir, que fue la compañera de Sartre desde los tiempos juveniles de la universidad e integró con él una extraña pareja. Siempre vivieron en casas separadas y se decían “de usted”. Ambos tuvieron amores y se contaban sus infidelidades. Pero esa unión se mantuvo durante años, en gran parte construida por el férreo empeño de Simone, a quien significativamente Sartre llamaba “El Castor”. Las “Cartas al Castor” integran un grueso volumen y no deja de asombrar esa nutrida correspondencia entre dos personas que, a los ojos del mundo, formaban un matrimonio. Simone de Beauvoir, fue una intelectual de fuste que tiene en su haber ensayos importantes, como “El pensamiento de las derechas” y “El segundo sexo”. Pero la mayor parte de su obra ronda en torno de su relación con Sartre, no sólo en el plano de las ideas sino en sus novelas, en las que resulta difícil separar la ficción de la realidad. Basta recordar “Memorias de una joven formal” o “los mandarines”, que obtuvo el Premio Goncourt y cuyos personajes son fácilmente reconocibles: la propia Simone, Sartre, Camus y otros amigos. En su novela titulada “La segunda”, se transparenta el temor de que Sartre tuviera una relación importante con otra mujer, temor que se materializó cuando apareció en la vida del maestro la joven argelina Arlette Elkaim.

Sartre no sólo la convirtió en su discípula dilecta sino que la adoptó como hija y le legó su única pero importante propiedad: sus derechos de autor. Arlette acompañó a Sartre en su largo declinar y estaba a su lado cuando murió. Tras la desaparición física del maestro, se dedicó a cuidar de su obra y publicó el tomo segundo de “Crítica de la razón dialéctica”, un texto que completa el anterior con índices y glosario.

Simone de Beauvoir, por su parte, publicó un libro más bien despiadado (“irrespirable”, diría algún crítico) sobre los últimos días de Sartre, relatando detalles dolorosos de su declinación física. Él pasaba la mayor parte del tiempo en soledad, mirando, o más bien escuchando, viejas películas en la televisión, porque como Borges, sólo percibía masas en movimiento.
Simone y sus íntimos decían que lo dejaban solo para que se sintiera independiente y no como un viejo vulnerable. Y él afirmaba que no era desdichado: “Nunca me engañaron y nada me decepcionó – dijo sin amargura -. Conocí gente, buena y mala. Escribí, viví, no hay nada que lamentar.”

En la primavera parisiense, el enfisema pulmonar que padecía exigió su internación. Su muerte fue una noticia de importancia universal y acaparó los titulares de todos los diarios del mundo. Amigos y adversarios, desde Raymond Aron a Jean-Francois Revel, le dedicaron brillantes necrologías. Pero la explicación mas certera sobre Sartre, creo yo, la dio él mismo, poco antes de su muerte, cuando dijo: “No pretendía cambiar el mundo yo solo y por mi pensamiento, pero distinguía las fuerzas sociales que intentaban ir hacia delante y me parecía que mi lugar estaba en medio de ellas.”



Noviembre 2008 - Jeshvan 5769
Página Principal
Nros. Anteriores
Imprimir Nota

DelaCole.com


www.lavozylaopinion.delacole.com

E-mail: lavozylaopinion@gmail.com

Reg.Prop. intelectual 047343
Los ejemplares del periódico se pueden conseguir en los locales de los comercios anunciantes.

Auspiciado por la Sec. de Cultura de la Ciudad de Bs. As., Registro No 3488/2003 (15-01-04)

Editor y Director: Daniel Schnitman
Socio U.T.P.B.A 14867

Adherido a Sind. Intern. Prensa libre 4339

El contenido de los artículos es de exclusiva responsabilidad de los autores. Su inclusión en esta edición no implica presumir que el editor comparta sus informaciones o juicios de valor. Los artículos publicados pueden ser reproducidos citando la fuente y el autor. La dirección no se hace responsable por el contenido de los avisos publicados.

PRODUCTORA IDEAS DEL KOP S.A.